martes, 8 de enero de 2013

Baila Conmigo

Era una pista de baile y las desconocidas caras de sorpresa y conmoción de sus colegas. Eran las 11:02 de la noche de un viernes cualquiera que empezaba a pintar único. Era la cumbre del amor, quizá, aunque suene totalmente cursi y romanticón, como no querías que sonara y sin embargo ahora es así, qué carajo importa cómo suena si lo que pasó ahí, esas manos en la cintura y su abrazo con los brazos en tus hombros, fueron eso y más. Fueron fuegos artificiales después de los años del horror y días soleados. Fueron brincos de alegría después de la insolente soledad que significa no poder ser uno mismo. Todo eso resumido en los minutos que dura un baile, lo que dura la canción de un cantante argentino ex-marido de Cecilia Roth. La alta felicidad que prescinde de todo elemento del contexto y del ambiente que se genera alrededor de esas dos personitas lindas aferradas el uno al otro, y aferradas aun más allá, el perpetuo espacio que le concederá la memoria de cada uno a esa ocasión en que dos cuerpos, dos almas, dos corazones, se sincronizaron; y la que le concederán los demás, los amigos que también sufrieron para que ellos pudieran ser a su manera y a su estilo, los compañeros que aportaron horas en la madrugada para decir que no podían claudicar, porque la justicia es un asunto de vida o muerte cuando no te ha ganado la desgana o la madurez. Ese instante (los días, las semanas) en que se vieron a los ojos para jurarse que todas las noches de lágrimas, de ilusiones sin sentido, de imágenes paganas (te queremos, Federico) y de oscuro y frío abandono, tenían que valer algo, tenían que significar por lo menos un baile más, por lo menos una oportunidad más de saberse eternos, aunque sea aquí y ahora, un tiempo que alarga las manitas para que dure más, allí donde ellos le ponen el broche final a la canción con un gesto particular que demuestra que lo que nos ilumina el camino pendiente para arriba es, precisamente, la sonrisa del otro.