miércoles, 10 de octubre de 2012

Sobre la Necesidad de las Coincidencias.

Y ahí están, impacientes, esperando que algún día sin saber cómo, por qué o para qué (es así como suceden las grandes situaciones de la vida, se dicen a ustedes mismos), se crucen los destinos, los caminos, las miradas, las vidas humanas y mortales. Esa reconstrucción de la explosión primera. Que ese día nublado y un poco frío los lleve entonces a algún café o bar, y por fin el huracán vuelva con el cielo que presagia lluvia, y entonces los suspiros, las almas festejando, saltando emocionadas, tanto tiempo. Y entonces sí, la sonrisa improvisada, la sincera, la genuina inclinación de los labios del uno para el otro y viceversa, ese juego que nunca dejó de aparecer en los sueños y en las pesadillas de tantos años, de tantos días de vida decadente, de soles quemantes y apartamentos semi-vacíos de tanto aguardar por la señal que desate todo. Y entonces tú y él por fin cerrando un circulo que se resistía, un llanto amargo de todas las noches y todos los insomnios, un grito desesperado de tanta impotencia, de tanto dolor de nunca ser lo que tenían que ser, de nunca cumplir con la gran promesa que había preparado la vida para ustedes. Y entonces se acercarán, y no dirán nada. Y entonces el abrazo, y por fin, quizás, ese día, vuelva a ser un gran día. Como aquellos. Como nunca. 
Pero entonces sus relojes biológicos, los que ahora son y no eran cuando sus 17 y 18 años marcaban un idealismo a prueba de balas que el tiempo solo afirmó, qué buena noticia. Ahora otros, ahora unos cambiados por las circunstancias y las derrotas. Y sin embargo ustedes, al fin y al cabo. La melancolía y nostalgia de todas esas horas inservibles, el breviario de una vida juntos que ya nunca podrá ser siquiera imaginada. Y entonces otra sonrisa, otra mirada de las que impactaron corazones y emociones imposibles de explicar. Y entonces los momentos claves de sus existencias pasando por la memoria de ambos al mismo tiempo, el tiempo de cuando todo era alcanzable, de la nitidez de las cosas, de las anécdotas, de las alegrías consumadas. Y entonces el asentimiento breve con la cabeza, el anuncio de que deben partir, los dos, otra vez, a sus pendientes, a sus calles y a sus plazas. Al mismo vagón de metro de siempre y a las mismas caras, los horarios de trabajo o escuela, los rostros de la Vida Nueva. Entonces ese asentimiento que comunica chau adiós, ha sido el placer de mi vida. Y entonces la retirada, la espalda y su caminar seguro, tan suyo. Tan tuyo. Tan ustedes.
Porque sus vidas valdrán la pena por esos ínfimos instantes en que el mundo les avisa que esa es su manera de recompensarlos, ese instante donde vuelven a serlo todo para darle paso entonces a la eterna despedida. Porque los amores verdaderos están hechos para no cumplirse. Porque alla va él, confundiéndose ya entre la multitud; allá vas tú, perdido entre tantas otras vidas, mundos diferentes pisando las baldosas con sus zapatos gastados. Porque sus extrañas maneras de sobrevivir tienen que ver con miradas, destinos y adioses inconclusos. Porque esa es la única manera de que las derrotas permanentes, ni sean tan permanentes, ni sean tan derrotas: las milagrosas casualidades de un rato en cualquier lugar, el menos pensado, en este país desangrado y perdido. En este planeta que los condenó a sobrevivir así, con la necesidad de las coincidencias.

martes, 2 de octubre de 2012

No olvides

Otro pinche año. Van 44 y aun no sabemos cuántos, dónde fueron a parar aquellos cuerpos. Hombres y mujeres (jóvenes, estudiantes, idealistas) que no se permitieron aceptar el destino que los poderosos (trajes negros, camionetas blindadas, gorilas guardaespaldas) le habían impuesto a todo aquel que no estuviera conforme con su miseria. Que después de la memoria viene la justicia y eso en México es pedir mucho. Porque hoy volvió a ganar el mismo partido de la misma gente que mandaba con terror y mano dura aquellos años.

Qué gobierno maldito aquel que manda a asesinar a sus estudiantes. Que los encarcela. Que los tortura. Que tiene a su pueblo bajo la amnesia obligatoria. Ese, el país del PRI. El de los saqueadores. El de los hijos de puta. El que vuelve a la presidencia este año de la mano de la modernidad que no es más que la burda careta que oculta al dinosaurio.
Por eso la proclama de siempre, la que por repetida no debe perder valor: 2 de octubre no se olvida. Aunque ahora los encubridores oficiales pongan una cápsula de dos minutos, esos medios de comunicación que hablan de apertura y libertad y en aquellos días callaron bajo el más despreciable silencio, el silencio de los cómplices. No podemos olvidar, y sin embargo el 2 de octubre no es una fecha y ya. No es algo que paso y ya. Es un símbolo, un suceso devastador. Es la concentración de los cientoveintitantos días de movimiento estudiantil, es la derrota hecha momento histórico, es saber que los justos nunca ganarán y que la victoria se la llevan siempre los que hacen del poder su arma preferida para el olvido. No puede ser una fecha porque es muchas cosas más: es Lecumberri, es dolor, es impotencia, es miedo, es frío que cala y no deja dormir, es sudor en noches eternas. No entendieron que no querían Juegos sino Revolución.
Es también una herida: cuántos de los que no estuvimos allí crecimos sabiendo que había pasado algo que superaba todas las situaciones, todas las certezas, todas las palabras, y sólo quedaban el llanto y los desaparecidos. Sólo quedaban la cabeza gacha de los que sobrevivieron y las dudas eternas de los amigos que nunca más volvimos a ver. Y digo volvimos, una primera persona plural necesaria, porque octubre 2 no es una fecha: es una identificación, también. Es la defensa de la memoria. Es la posibilidad de que la derrota no puede ser definitiva aunque nos lo hayan repetido siempre. Aunque sigan haciéndolo, ahora desde las Cámaras y con reformas que son puñaladas en la espalda. 
No es una fecha, es el dolor latente de que hubo un día en que ellos determinaron las reglas macabras del juego. El crimen de un puñado de gente que hoy sigue mandando, con otros nombres y con otras máscaras. Con igual impunidad y cinismo. 
No olvidar significa seguir combatiendo contra todo eso. No es fácil y nunca lo ha sido. Tenemos, detrás nuestro, el aliento de todos esos amorosos fantasmas que fueron callados de golpe y mano firme. La mano que tendía aquel sucio presidente. Ese es el mensaje, entonces: no olvidar significa seguir creyendo que no fue en vano. Que todas esas voces rotas y ensangrentadas tendrán una defensa digna y verdadera. Que los ausentes no lo serán más.
Que la Plaza será un lugar de reunión y recuerdo, de compromiso y justicia.