domingo, 10 de marzo de 2013

Fragmentos II

«Tienes unos genuinos ojos», le dijo. Y era curioso porque precisamente sus ojos (su cuerpo, su cabello) eran muy normales. Los del promedio. Pero él, que se lo dijo tan seguro, confirmó: «lo único cierto entre nosotros es que podremos reconocernos con tan sólo vernos a los ojos cuando pase la tormenta». Tú pensaste que qué cliché. Pero cuando los años destruyeron convicciones y él ya no era tuyo y sin embargo todavía, y lo viste de la mano de un viejo compañero de la Normal Superior, entendiste que sí. Que siempre el azul y el negro. Que siempre la felicidad y la fascinación. Que siempre la tristeza y la resignación.

 -¿Te acuerdas de Roberto?
-Si. El infra, ¿no?
-Se murió ayer.
(16 de julio de 2003)

Todavía no eran las 10 de la mañana cuando Jesús le dijo por teléfono que el embajador de Irlanda para los Estados Unidos estaba en su apartamento. Que lo quería ver. Urgentemente.
Respiró (o suspiró, sería imposible asegurarlo ahora) y canceló todas sus reuniones de la tarde. Le dijo a Alejandra que tenía el día libre. Y que se cuidará.
Sabía que no habría otro día para él. Tomó el arma y revisó por última vez el diploma y la foto de su graduación. Ha sido un gustazo, se dijo con una sonrisa burlona.

-¿Qué tal Lyon?
-¿Qué tal el de efe?
-Yo pregunté primero.
-Pero la llamada la hiciste vos.
(16 de julio de 2011)

Quebrado, porque no había otra palabra (definitivamente había otra, pero su vocabulario siempre quedó a deber), reaccionó muchos días después, cuando ya la desazón le cedía el paso al enojo. Entonces preparó la maleta. Una sola. Más libros que camisetas. Más borradores que pantalones. En la estación tuvo tiempo de ver al Milán perder en el Calderón. Entonces entendió por fin que la vida empezaba a sobrar.