domingo, 6 de abril de 2014

Que te vaya bien

–It was nice knowing you.
Empiezas por el final, porque es mejor el último punto que el primer nombre (J.) y entonces no hay que explicar mucho, porque el final, cuando es final, no se anuncia: se siente. En las sábanas, por ejemplo. En el cuarto, antes cálido y ahora solo sofocante.

El segundo nombre aparecerá en tus sueños (A.) porque es la primer letra del abecedario y él es tu primera vez. Hacen lo que hacen todos. Salir al cine, por ejemplo. Tomarse de la mano. Despeinarlo y que se enoje. Decir para siempre a cada rato. Cuidarlo de lejos cuando haga falta y decirle la verdad aunque duela. Aprendiste (¿en serio?) que hay algunas cosas que no se prometen. Otras tantas, sabes, lo entiendes, se dicen en silencio.

¿Qué se hace cuando la gloria dura apenas dos o tres meses? La gloria de quién, porque descubriste –tarde, siempre tarde– que él no era él. Que era otro. Después. Para siempre, ahora sí, sin necesidad de una garantía. Cuando te das cuenta no es felicidad. Cuando el compromiso tiene nombre burocrático, se sustituye el amor por la necesidad de no estar solos.

–No fue por amor, fue por soledad.
Te cantaba seguido esa canción de Calamaro, forzando el recuerdo: tú se la cantabas a la Yayi cuando Madrid era viable, y supiste que era verdad: que preferían estar juntos aunque doliera. Que sacrificaron, en nombre del cariño y de la amistad, lo último que les quedaba: las mentiras.

El recuento está hecho: se conocieron jóvenes, se quisieron (sí) un rato y lo que vino es mejor guardarlo para el juicio final. Cuando quisieron probarse el traje, algunos años después, ustedes ya eran aquello contra lo que juraron pelear. Las mentiras de antes no bastaron: le pidieron a los dioses la redención. Grave error, porque, como se sabe, los dioses no existen.

–Ojalá me hubieras escogido a mí.
En los minutos de desconcierto, cuando el adiós inminente y la Ciudad Oscura anunciaban destrucción y barbarie, fueron débiles. Se comprobaron humanos. Se sintieron tan mortales que confesaron sus miedos. Él quería que tú lo hubieras escogido y tú maldecías la hora en que te fuiste a cruzar con un para de ojos azules. Se negaron a sí mismos. Desconocieron sus convicciones. Fallaron. No hay vuelta atrás: ahora son, además de náufragos, patéticos.

"¿Cuándo, Zavalita, cuándo se jodió todo?" Fue el día que, juntos y abrazados, agazapados en una cama en el límite de la capital, confiaron sus vidas a la batalla contra el destino. Pero el destino no estaba interesado en ustedes y la guerra fue estéril. Agotados, peleando contra la nada y el viento, armados hasta los dientes, se volvieron el uno contra el otro. No hubo sobrevivientes.

Los últimos días, soleados, calurosos, fueron premonitorios. Cansados de la travesía, frágiles, extenuados, decidieron dejarlo. Segundas partes nunca fueron buenas. Todo tiempo pasado fue mejor. Siempre mintiéndose, hasta el final. Siempre solos, aunque juntos, solos. Siempre la incertidumbre. Las despedidas son mejores cuando solamente ocurren. Inadvertidas. Concluyentes.

–Voy a soñar contigo. Hoy, mañana. Cuando haga falta. Cuando me sienta solo. Cuando te vayas.

No se dan cuenta, pero ya no son necesarios los engaños. Ya se vieron por última vez.

–It was nice knowing you, too.

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